Tejedores de Vida: El Protector Mapuche
Tejedores de Vida (Weavers of Life) es una serie de artículos bilingües que recopilan las historias de personas y grupos que defienden a seres no humanos. La serie es una colaboración entre Weave News, Talking Rivers y la autora Johana Fernanda Sánchez Jaramillo.
Lea la versión en inglés aquí.
Todas las fotos cortesía del entrevistado.
Su nombre, Pvrafilu, significa ocho víboras en su lengua materna (Mapuchezugvn) e Ignacio Francisco Prafil en español. Hace parte del pueblo Mapuche, lof FVta Anekon, y su identidad territorial es Wenteche (“gente del Alto”), Puelmapu, territorio del Este donde sale el sol, hoy Argentina. Es lonco, máxima autoridad legal de su comunidad.
“Para nosotros, toda la fuerza del universo es una, pero en este hay diversidad,” afirma. “Somos diversos, hay una pluralidad y por eso creemos que debemos construir una sociedad intercultural.”
Esa convicción resulta aún más poderosa viniendo de un miembro del pueblo Mapuche al que intentaron borrar a uno y otro lado de la cordillera: en Argentina, con la llamada Campaña del Desierto (1878-1890), y en Chile, con la Pacificación de la Araucanía (1862-1883). Y, sin embargo, este hombre de cabello castaño oscuro, facciones marcadas y cejas pobladas es, a sus 56 años, la prueba viva de que el Estado fracasó en su intento.
Su palabra pausada y dulce, pero firme, da testimonio - como le enseñaron sus mayores - de que la oralidad es la única manera de preservar su identidad. Con base en la palabra enfrentan los retos para reafirmar y reivindicar derechos como la autonomía y la autodeterminación, que aun siendo un pueblo nación preexistente al Estado argentino, de los cuales no disfrutan.
Ellos están conscientes de que son un pueblo de lado y lado de la cordillera. Esta comprensión los lleva a comprometerse en la defensa de todo lo que tiene vida, los ríos, los lagos, la montaña, y harán todo lo posible por preservar la mapu, que, para para ellos no sólo significa tierra, sino que esta abarca el aire, el viento, los demás animales, las constelaciones. “Mapu es todo lo que ves y lo que no ves”, enfatiza.
En su cultura, la mujer ocupa un lugar central: es maestra, cuida, protege y transmite saberes; y, sobre todo, la mujer anciana - kuse - es guía y memoria viva. En el Wallmapu todos son familia: hermanos y hermanas, incluso cuando provienen de distintas nacionalidades. Su idea de parentesco desborda lo sanguíneo para acoger a otros en un lazo más profundo. Las mujeres hablan, observan, contemplan y acompañan; su presencia constante orienta, sostiene e influye en la forma en que la comunidad se expresa y se relaciona con el mundo.
Allí donde la mapu respira: caminos para resguardarla
Este pueblo enfrenta retos: la falta de autodeterminación, los extractivismos, convenios como el de la biodiversidad que favorece a unos pocos, e incumplimiento por parte del Estado de sus obligaciones, protocolos, acuerdos.
Ante esto le piden a la mapu que les dé más sabiduría y entendimiento. Aprenden a contemplar la noche, las estrellas, de dónde vino el viento, y también los lenguajes de la tierra, qué les quiso decir, un pájaro que cantó al mediodía. Como custodios del territorio resguardan cada elemento y su deber es garantizar que nada se rompa ni se lastime. Cuidan a la mapu que alberga todo tipo de vida.
Por eso, cuando tocan una montaña, un lago, o matan animales a mansalva o destruyen flora o bosque, los afectan a ellos porque su nombre Mapuche tiene qué ver con esos elementos: son parte de ellos, no son dueños ni tutores, sino parte de ella e intentan preservar la armonía para las presentes y futuras generaciones.
Para los Mapuche, su territorio es una escuela abierta. Allí descubren que la piedra está viva, que los animales son hermanos y no enemigos, y que vivir en relación con todas esas presencias es parte de su formación. También se reúnen para hacer ceremonias y pedir, por ejemplo, que el invierno no sea tan duro. Bailan, cantan y, frente a un altar, se arrodillan para agradecer, ofrendar y leer las señales que les muestran si están actuando bien. Del mismo modo, se comunican con la fuerza de sus mayores, guiados por un principio profundo: cuidar lo que existe, sin dañarlo ni agotarlo.
Esa manera de aprender y vincularse con su territorio se enlaza con otra verdad profunda: su ascendencia y su linaje no son sólo memoria. Son el mapa que les revela de dónde vienen y cómo deben relacionarse con la mapu. En cada ceremonia le hablan, le piden permiso antes de cruzar un río o internarse en el bosque, porque - como dicen - nadie se manda solo. Su lengua materna les permite conversar con ella, ofrecerle algo para que cese la sequía o para mejorar una situación. Mientras el Estado sigue viéndola como un conjunto de recursos, ellos la reconocen como vida. No están separados de la mapu: son parte de su pulso, y por eso saben que protegerla no es una opción, sino un deber ancestral.